Según el director de cine ruso Andrej Tarkosvski, en su libro "Esculpir en el tiempo" (que tienes en tu biblioteca), el hombre medieval era en muchos sentidos superior al hombre moderno. Lo que lo engrandecía era la responsabilidad que tenía frente a sus actos. Era responsable porque se sentía importante: era hijo de Dios, hecho a su semejanza. Poco a poco, a partir del renacimiento esta idea fue desmoronándose. Copérnico nos informó que no vivíamos en el centro del universo, que nuestro planeta era uno más entre muchos (y pagó con la vida por tal descubrimiento). Darwin nos dijo que era el mono y no Dios nuestro más directo antepasado. Freud nos explicó que no somos seres conscientes, que hablamos en gran parte desde un inconsciente al cual no tenemos acceso.
Uno de los pilares de la humanidad ha sido la familia. Una organización básica de altruismo y de socialización. Una estructura que permite mantener una linea de tiempo cultural. Somos lo que somos gracias a una crianza prolongada de nuestra descendencia, un tiempo en el que, al calor del fuego, hemos ido transmitiendo leyendas, juegos, aprendizajes varios. Los pulpos son muy inteligentes, pero no se hacen cargo de sus larvas, por lo tanto, lo que aprenden no lo transmiten y por eso acaban en un plato de madera con pimentón y aceite.
Somos adultos en ese periodo de tiempo que va desde que dejan de limpiarnos el culo de pequeños hasta que volvemos a necesitar que lo hagan de nuevo. Ver en Ecuador a los niños trabajar con sus padres, ver como los cuidan de mayores... hace que me acuerde de mis propios padres, que también tuvieron que trabajar de niños, y de sus valores familiares. Cuando yo era adolescente, mi abuelo, que por entonces tenía más de 90 años y todavía iba al campo, calzado con sus zapatillas porque tenía juanetes y el calzado de cuero le molestaba, con un caldero en el que llevaba los pimientos o lo que fuese recogiendo de la huerta, al pasar frente a un bar que había en su camino, el Salgueira, siempre rezongaba al ver a la juventud perdiendo el tiempo, esas eran sus palabras. Esa juventud que perdía el tiempo en el Salgueira, entre los que me encontraba, ahora con 50 años estamos, la mayoría de nosotros divorciados.
En una generación hemos pasado de un país en donde eran muy muy raros aquellos matrimonios que se separaban a una situación en la que el divorcio es la consecuencia lógica del matrimonio. Hay un relato sobre qué es estar casado y todavía se está gestando el relato sobre lo que significa estar divorciado. Un relato que devuelve, sobre el relato que se ha construido sobre el matrimonio y la familia, una sombra siniestra: se está mejor solo o con una mascota. De hecho en España hay ya más mascotas que niños en las familias. El hombre moderno no está en el centro del universo, no está hecho a semejanza de Dios, no puede ni estar seguro de su conciencia y de su pensamiento, ahora tampoco puede estar seguro de poder tener una familia y el cariño de un perro es más fiable y seguro que el de sus hijos, padres y hermanos. La modernidad y la ciencia han hecho que nos sintamos superfluos e insignificantes.